Tabarnia vista por un politólogo tabarnés

Tabarnia. O mejor dicho, la palabra que amenaza con convertirse en el neologismo del año a pesar de haber irrumpido en nuestro vocabulario a seis días de acabarlo. Oí hablar de ella hace unos años y aunque en su momento me hizo gracia, no le di muchas vueltas: no será necesario, me dije. Estos días he cambiado de opinión. Es muy necesario hablar de Tabarnia.

El unionismo lleva décadas asistiendo a la apropiación del espacio público por parte del nacionalismo catalán. Desde TV3 y su falsa imparcialidad à la BBC o la educación pública impartida exclusivamente en catalán, ignorando el bilingüismo social, hasta la batalla dialéctica totalmente ganada con términos inventados e inexistentes en otros idiomas como dret a decidir o Estat espanyol, pasando por la implantación de estelades en espacios públicos o la retirada de rojigualdas. Todo esto sumado a una administración catalana fuerte y una administración española prácticamente inexistente (excepto en Justicia), han ayudado a la invisibilidad del Estado en Cataluña.

Este proceso se culminó los pasados 6 y 7 de septiembre, cuando el unionismo asistió con horror a la apropiación completa de nuestra mayor institución de gobierno, el Parlament. Ahí nos dimos cuenta de que el independentismo estaba dispuesto a todo por su causa. El siguiente mes se vivió en una especie de catarsis y fue el 3 de octubre, con el discurso del Rey, que finalmente el unionismo despertó.

Y desde entonces ha estado a la defensiva, intentando preservar lo que considera legítimamente suyo: una sociedad plural, abierta, con catalanidad y españolidad. Hubo manifestaciones masivas el 8 y el 29 de octubre, se colgaron senyeres y rojigualdas por balcones de toda la región, la actividad en redes sociales y durante la campaña electoral se ha incrementado exponencialmente, y así todo. Se ha perdido el miedo a señalarse como unionista, o a decir que un referéndum es una idea horrible, o que Cataluña no es una nación. Estas dos últimas eran impensables para un unionista hace dos años.

Pero obviamente, solo un porcentaje minúsculo de independentistas ha reaccionado de forma crítica ante la fuga de empresas, la caída de turismo, y la fractura social cada vez más marcada de la sociedad catalana. En general, los ataques identitarios son cada vez más numerosos: los unionistas somos fachas, colonos, anticatalanes y, si hay fractura social, es culpa nuestra por no comulgar con las máximas indepes, obligándolos a tratarnos así.

Estos años han demostrado, no solo en Cataluña sino en todo el mundo occidental, que combatir la posverdad con datos es irrelevante, inútil y, me atrevo a decir que hasta contraproducente. Y es aquí donde aparece Tabarnia. Tabarnia empieza como una broma en redes sociales, y pretende simplemente ser una sátira del movimiento independentista, aplicando las mismas máximas que los soberanistas llevan años usando a los territorios de mayoría unionista, que son, sin casualidad alguna, los más abiertos e interconectados. 

Aquí se han retroalimentado dos procesos que, juntos, explican la viralidad del fenómeno: por un lado, y por primera vez en casi una década, el unionismo no se está defendiendo sino que se mete en una ofensiva. Satírica, humorística y desenfadada, pero es un proyecto propio, no la contra a un proyecto ajeno. Tabarnia no pretende más que reencarnar esa catalanidad progresista y abierta que tantos catalanes recordamos con nostalgia, y pretende hacerlo con sentido del humor, mofándose del argumentario independentista.

Por otro lado, y quizá más importante, porque es efectiva. Hay verdadero nerviosismo dentro del independentismo, ante la imposibilidad de contrarrestar con datos y verdades la primera amenaza real a su hegemónica ocupación del espacio público. En otras palabras, están probando su propia medicina, y no parece que les esté gustando. Esto ha hecho que el unionismo, que al principio hacía campaña por Tabarnia con el objetivo de aportar confort a gente de ideas afines, se dedique una campaña más agresiva, para que el mensaje cale en la esfera pública de todos los colores.

El unionista ahora mismo está dolido y enfadado, y quiere que se castigue a los culpables de la situación en la que estamos: no por odio a Cataluña, ni mucho menos, sino por no querer que esto vuelva a ocurrir. Por norma general, el unionista quiere volver a una vida apacible y apolítica, y solo se ha vuelto activo políticamente por necesidad de defender lo que creía suyo. La desaparición de Tabarnia depende única y exclusivamente de los puentes que tienda el independentismo hacia el unionismo. Por ahora no vemos que tengan intención alguna de aceptar la pluralidad de la sociedad catalana, cosa que Tabarnia, de forma implícita, sí hace.

Así que por ahora, dada la presión que ejerce sobre líderes que deben mirarse al espejo, la esperanza que aporta a aquellos que se sentían huérfanos de identidad, y la posible solución jurídica que plantea, à la québecoise, el movimiento tabarnés debe seguir activo. El independentismo haría bien en recordar que, como ellos bien vienen diciendo estos años, son ellos quienes deben seducir a Tabarnia para quedarse en Catalunya, y no al revés. Por suerte o por desgracia, el marco jurídico está de su lado.

Comments

Popular Posts